17 de Octubre del 2024
Victoria Camboni
“Yo lo ví”
Una mirada colectiva contra la censura en el 300 Carlos
Imagen del sitio de memoria 300 Carlos, en el galpón 4 del Servicio de Material y Armamento del Ejército
Foto: Victoria Camboni

En el Servicio de Material y Armamento del Ejército, donde funcionó el ‘300 Carlos' -hoy sitio de memoria-, todavía rige la censura. “Yo lo ví” es un proyecto artístico colaborativo de la Udelar, que busca saltar la prohibición de tomar fotos y videos impuesta en el lugar, rescatando imágenes de las huellas del terrorismo de Estado, que a veces vuelve a pisar la democracia.

El Centro Clandestino de Detención y Torturas 300 Carlos, también conocido como Infierno Grande, funcionó en el galpón n°4 del Servicio de Material y Armamento (SMA) del Ejército uruguayo, entre noviembre de 1975 y principios de 1977. La construcción, de aproximadamente 40 metros de largo, 15 de ancho y 7 de alto, está atiborrada de máquinas. Al espacio se puede ingresar por dos pesados portones, ubicados sobre uno de los laterales. Las únicas ventanas que hay están casi a la altura del techo, que es abovedado, hacen que el lugar parezca enorme. El piso -el mismo de aquellos años- es de un frío y hosco hormigón. A la derecha del ingreso al galpón hay un entrepiso al que se accede por una angosta y larga escalera de baldosas amarillas, que termina de frente a una oficina donde funcionaba la principal sala de interrogatorios y torturas, por la que pasaron más de 600 presos políticos, ocho de los cuales permanecen desaparecidos.

Un grupo de artistas convocados por la cátedra del Taller López de la Torre de la Facultad de Artes de la Universidad de la República (UdelaR), aprovechando las visitas guiadas -y vigiladas- al galpón donde funcionó el 300 Carlos, tomó la iniciativa de realizar un registro gráfico para saltar la prohibición de tomar fotos o videos impuesta en el lugar por el Ministerio de Defensa, es decir, por el Poder Ejecutivo. Estos trabajos artísticos, puestos al servicio de un interés social, fueron recopilados en una serie de libretas bajo el nombre “Yo lo ví”.

Ana Laura López, coordinadora del taller López de la Torre de la Facultad de Artes. Foto: Alejandro Diaz

La profesora Ana Laura López -titular de la cátedra- y Pilar González -ayudante de cátedra grado 1- nos recibieron en una de las coloridas oficinas de una sede de la Facultad de Artes, que paradójicamente se encuentra al final de una fina y larga escalera, un detalle simbólico que contrasta con los matices grises que se ven en la serie de dibujos de la escalera del 300 Carlos, que llevaba a la sala de torturas.

“Esto empezó en abril del 2022, con la invitación de un artista chileno que estaba trabajando en el Museo de la Memoria, Cristian Espinosa, con quién teníamos una relación muy linda de intercambio”, comenzó su relato López. “Cristian me dijo que estaba acompañando a la gente de una comisión de sitios de memoria, en un lugar que está al mando de los militares todavía, y que no tiene nada de visibilidad”, comentó.

Luego de una reunión con integrantes y sobrevivientes de la comisión, “como que me quedé pensando mucho -recordó la docente- en esta cuestión como de un doble régimen de falta de visibilidad; la de la situación actual, pero también la de las personas (los sobrevivientes), que no tenían una memoria visual del lugar porque estaban encapuchadas. Había una visión muy limitada”.

“A partir de ahí hicimos una propuesta de crear un espacio de formación integral. Hablé también con colegas del área de artes gráficas, que son básicamente gente muy militante, con una práctica extensionista de ponerle mucho el cuerpo. Entonces hicimos un acuerdo de trabajo, y también invitamos a Francesca Cassariego -que es docente de otra unidad académica-, por el conocimiento que ella tiene sobre el pasado reciente. Ella estaba haciendo una maestría sobre eso, y también por su propia vivencia como víctima del terrorismo de Estado, ella y toda su familia”, relató.

“Yo lo vi”

“Con este equipo armamos un programa de un espacio de formación integral que se llamó ‘Yo lo vi’, que se proponía contribuir al desarrollo de visualidades para el 300 Carlos. Usar la herramienta del dibujo para ‘bypassear’ la prohibición de la imagen en ese lugar”. Cabe aclarar que las únicas imágenes oficiales de acceso público que existen son las de una pericia judicial, pero tienen muy baja resolución y es difícil apreciar los detalles. “También -continuó diciendo López-, para interpelar algunos sentidos, como dice la colega argentina Ana Longoni, sobre las políticas visuales del movimiento de derechos humanos, en donde ha habido, históricamente, una insistencia en la silueta del desaparecido, en la foto en blanco y negro del desaparecido, o en la imagen del cuerpo torturado, desnudo, mutilado, encapuchado, atado, y cómo reflexionar sobre esas prácticas de representación desde el pensamiento también”.

“Por ejemplo, como traen muchas pensadoras feministas o negras, ¿qué ocurre cuando reinscribimos el trauma en los cuerpos? O sea, ¿es todo lo que esas personas pueden ser? ¿La única forma que podemos representar esa experiencia es de reinscribir esas violencias y volverlas a representar? O podemos corrernos de ese lugar y representarlas como luchadoras resistentes, gente que se ríe, que baila, que tuvo una vida después y antes de eso, con cuerpos íntegros que no están violentados, o incluso girar la mirada y ponerla sobre el victimario. Con todas esas premisas armamos un grupo con estudiantes y empezamos a ir. La premisa era ir durante un año a las visitas del sitio a dibujar, y acompañamos durante todo el año las visitas y llevamos cada uno su cuadernito para dibujar. A partir de esa experiencia, surgieron unas producciones visuales, hicimos una muestra, se hicieron afiches, obras, y otras cosas”, relató. En total fueron 10 las libretas llenadas con dibujos de más de 60 artistas, y la encuadernación se realizó en la Escuela de Industrias Gráficas de la UTU. Dos de esas libretas fueron robadas durante las presentaciones, un gesto simbólicamente violento.

“Pero en realidad -prosiguió-, a medida que avanzaba el proceso y cuando íbamos llegando al final de ese año, nos dimos cuenta de que no era tanto la imagen que se producía, sino la práctica de ir a dibujar lo que era en alguna manera poderoso. Porque pasaban muchas cosas cuando entrábamos al espacio”.

Vigilancia en un sitio de memoria

El ingreso al predio para las visitas guiadas se realiza con inscripción previa (hasta de un mes), y todo el recorrido se hace vigilado muy de cerca por los militares del lugar. “Al principio, cuando entrábamos -dijo López- nos movíamos por todo el galpón y cuando (los militares) vieron que nos metíamos por todos los rincones con el cuadernito, como que empezaron, ‘no, no, no, no, ¡por acá no se puede!’. De hecho ahora hacen como una especie de barricada cuando se va a la visita -comentó-. Después, también empezamos a darnos cuenta de que cambiaban el lugar, o sea, de que había cosas que pasaban en el espacio. Por ejemplo, cambiaron un portón, y la gente de la comisión como va más enfocada en la visita y el relato capaz que no están tan atentos a mirar, y no se habían dado cuenta del cambio. De hecho, según la ley, en el sitio no pueden hacer ninguna modificación. Los dos portones de afuera, que son dos portones amarillos, uno lo sacaron y pusieron un portón de hierro negro. Como íbamos documentando todas esas cosas con dibujos, lo notamos”, señaló.

Insignia del Servicio de Material y Armamento (SMA) del Ejército uruguayo. Foto: Victoria Camboni

“Otro aspecto era también la mirada puesta sobre los militares, como esa observación y una observación también que no era sólo literal, sino de cosas que se decían, retratos de la gente que estaba ahí. Había algo también en acompañar la visita varias veces, porque también uno como que va a la visita una vez y tiene la experiencia, pero como nosotros nos habíamos comprometido a ir todo el año, eso de ir y volver a ir, y volver a ir, y acá están de nuevo. Una piensa en las personas que acompañan la visita guiada, sobre todo en Rodolfo Porley (sobreviviente del 300 Carlos, ndr)… Pucha, este hombre estuvo acá secuestrado como tres o cuatro meses, y ahora viene una vez por mes. Vuelve acá, otra vez y otra vez, y tiene un montón de años, seguro que estaría más contento en la casa tomando un té con la esposa que estar acá. Lo menos que se puede hacer es ‘meterle la visita’, al relato de lo que pasa, como una historia que se va construyendo en convivencia con quienes van todos los meses”.

“Entonces al final de año decidimos (ahí ya Pilar había ingresado al proyecto) hacer una edición y hacer una libreta para seguir yendo a dibujar, como para darle otra vuelta”.

Colectivizar la experiencia

González contó que a medida que pasaba el tiempo y el proceso se iba expandiendo, la forma de abordarlo fue cambiando, y lo que empezó como un curso de un semestre, se convirtió en un taller de formación. “Esto trasciende ese curso anual en el sentido de que se quiso seguir trabajando con la comisión de Sitios, se quiso seguir trabajando con las visitas en el 300 Carlos. Estos dibujos eran recolectados como bitácoras. Cada estudiante hizo un proceso particular, y en la muestra de fin de año, interpretó esa experiencia desde lugares y desde lenguajes distintos”.

“Pero, la idea de esta libreta en sí, más allá de los dibujos personales o de la bitácora, también era colectivizar esta experiencia, y en esto de que se va agregando, va cambiando el sentido también de la libreta, porque se va multiplicando esta mirada”.

“Lo que hicimos el año pasado (el segundo año del taller) fue invitar a otros artistas (algunos conocidos como Sebastián Santana, Martín Verges, Federico Stoll, Catéter, Federico Lagomarsino), que entendíamos se podrían sensibilizar con la propuesta. Armamos grupos entre estudiantes de la facultad, de otras unidades, o de otros años, y artistas plásticos”.

“El objetivo de las libretas es que puedan ser completadas, que puedan estar todas con dibujos para cuando el sitio de memoria realmente sea un sitio de memoria, y no esté más en manos de las fuerzas armadas”.

¿Trofeo de guerra?

Durante la visita que realizamos al sitio de memoria pudimos ver en una de las salas de tortura, hoy utilizada como oficina, unas medallas doradas que colgaban de un perchero. ¿Por qué estaban ahí? Entre los objetos hay una “máquina grande que es para hacer medallas -relató López-. La comisión sabía que había máquinas ahí, pero tenían una idea de que era como una puesta en escena, porque hay muchas más máquinas ahí de las que se usan. La primera vez que nosotros fuimos, vamos arriba y vemos el plotter, que sabemos lo que es un plotter, y yo fui derechito y le digo (al militar, ndr): ‘che, ¿y ese plotter para qué lo usan?’ Y me dijo, ‘para hacer las medallas’. ‘¿Qué medallas?’, le pregunto, y me dice, ‘acá tenemos medallas, acá se hacen los trofeos’”.

“Nos indigna fuertemente que el lugar esté en manos de los militares y que tengan un taller de trofeos. Claro, nosotros que venimos de todo el campo de lo simbólico nos explota la cabeza. La comisión no tenía ese dato particular. Y no es un dato significativo para ellos (necesariamente), pero para nosotros es todo. La cuestión del acceso público es central”.

Una de las libretas que contiene dibujos del busto de José Artigas. Foto: Alejandro Diaz

En las bitácoras, que las coordinadoras del taller nos enseñaron, se repiten una y otra vez imágenes de la escalera, de las botas, y llamativamente de un busto de Artigas. “El primer año que fuimos -relató López-, estaban haciendo un busto de Artigas porque tienen una fundición ahí. Entonces se veía la cabeza de Artigas en distintos lugares, en distintas etapas. Y en una de las libretas, uno de los artistas anotó: ‘José Gervasio soñaba otra cosa’, haciendo referencia a la canción de Jorge Lazaroff (Ríos, ndr). Nosotros le prestamos mucha atención a esas cosas, que es como del orden de lo que hacemos nosotros, del orden simbólico, de las poéticas”.

“José Gervasio soñaba otra cosa”, reafirmó.

Taller López de la Torre

En un solo tirón, López de la Torre nos contó sobre su amplia formación, que realizó mayoritariamente en el exterior, tras una suerte de “exilio”, luego de que en el país fracasara el referéndum que buscaba abolir la ley de Caducidad. “Me fui con 19 años, en el coletazo del fracaso del voto verde, muy molesta, muy enojada. También mujer joven. Uruguay no era un lindo país para estar. Fue como una especie de autoexilio entre feminista y molesto con las persistencias de la impunidad en el país”. Vivió primero en España, después en Inglaterra. Con el pasar de los años, contó, fue encontrando “una buena sintonía entre la militancia y la práctica artística, prácticas más colectivas, del trabajo a nivel barrial, como una cosa de arte conceptual comunitario”.

El taller lleva su nombre por una vieja tradición de la Facultad de Artes -también de la de Arquitectura-, inspirada en la pedagogía Bauhaus, y pretende que “un artista de reconocimiento imparta una serie de enseñanzas que tienen que ver con su imaginario pedagógico, estético, político, lo que sea”, nos contó López un poco sonrojada. “Igualmente a mí al principio me daba un horror y dije si no se podía llamar taller sin título, le ponemos un nombre de otra cosita, y me dijeron ‘no, no se puede’. De hecho, me persuadieron por el lado de que es la primera vez que un taller es dirigido por una mujer en esta institución. Y bueno, vamos a ponerle el nombre y dejemos (esperemos) que eso se extinga en algún momento”.

El taller “tiene un foco en prácticas artísticas de orientación social, prácticas colectivas, colaborativas, participativas, prácticas barriales, arte comunitario. Todo el rango de prácticas que tienen que ver con un posicionamiento político del arte, que se aleja de la figura del artista individual que hace obras de arte para circulación en contextos institucionales o en el mercado. En términos generales, lo que intentamos hacer es promover que hay otras formas de hacer arte, que no son el ideal moderno, digamos”.

Este equipo docente lo completan Paula Delgado Iglesias (profesora adjunta grado 3), Lucía Segalerba (asistente grado 2), Florencia Martínez (ayudante grado 1) y Federico Puig (ayudante grado 1). Para más información, se puede visitar la extensión “Taller López de la Torre”, en el sitio web de la Facultad de Artes de la Udelar.