22 de Enero del 2025
Ismael Muller
Música uruguaya emergente
Viajar, cantar, partir
Foto: @ginobomba
Foto: @ginobomba

El músico venezolano Samuel Acosta es uno de los exponentes de la nueva movida under montevideana

 

Es la tardecita de uno de los últimos días del año. Como siempre en esas fechas, algo en el aire se torna más denso, irreal. En medio de esa vorágine cuasi apocalíptica, encuentro a Samuel sentado en el cordón de la esquina de Jackson y Durazno, donde está El Recreo. Nos saludamos e ingresamos al bar. Dentro de unos minutos me enteraré que vino desde Montevideo Shopping en ómnibus, donde comenzó a trabajar a inicios de diciembre en El Palacio de la Música, porque hace un par de meses le robaron la bicicleta.

Samuel Acosta es músico, tiene 21 años y más de veinte canciones publicadas en Spotify. Debe andar por el metro setenta, tiene un corte de pelo al más puro estilo beatle, usa anteojos y porta un cantito en la voz que se aleja de las sonoridades de la capital uruguaya. “A veces me preguntan si soy del interior”. Cuando nos juntamos, venía de tocar en la feria Ideas + del Parque Rodó, se iba a Tacuarembó para participar del festival de música TacuaNoise y hacía cinco días había publicado su segundo álbum titulado Isla Margarita. 


Entre el calor y las palmeras

Samuel nació y creció en Maracay, ciudad al norte de Venezuela, a 120 kilómetros de la capital Caracas. Sin embargo, ni su padre, oriundo de la capital, ni su madre, de Valencia, eran de allí, por lo que vivió toda su infancia y preadolescencia en el radio de esas tres ciudades. Venezuela, debido a su cercanía a la línea del ecuador, posee un clima tropical. Esto, básicamente, quiere decir que no tienen otra estación que no sea el verano y una temporada de lluvias. Durante el año, las temperaturas oscilan entre 23°C y 26°C

Pese a vivir en una ciudad con 600 mil habitantes, una zona netamente urbana, Samuel tuvo acceso a las riquezas naturales que tiene su país de origen. Al norte de Maracay está el parque nacional Henri Pittier que cuenta con una gran diversidad de flora y vegetación y una zona costera con bahías, playas y balnearios, donde pasó gran parte de sus vacaciones infantiles. La otra la pasó en la Isla Margarita, popular destino vacacional conocido como la “Perla del Caribe”. 

En 2017, cuando Samuel tenía 13 años, sus padres decidieron emigrar a Montevideo. “Durante mucho tiempo la opción fue España pero terminamos viviendo en Uruguay porque mis viejos, analizando las opciones, vieron que era un país estable económicamente y con una buena educación”, explicó acerca de los motivos de la decisión.


En piloto automático

Lo primero que sorprendió al entonces preadolescente de Montevideo fue su humedad, que reconoce incluso mayor que la de Maracay. Llegó en Febrero junto a sus padres y su hermana, que para ese momento era todavía un bebé, y sus típicos días de lluvia le dieron la bienvenida a la ciudad. 

“Sorprendentemente, siento que no fue tan difícil”, contó sobre el cambio de país. Por su edad, supone, para él todo fue “como un juego”, algo que asumió sin resistirse y de lo que no tomó su dimensión real hasta mucho tiempo después. “Dentro de todo me adapté como en piloto automático”, reflexionó. Recién luego de unos meses, comenzó a extrañar a sus abuelos que se habían quedado en Venezuela. 

En comparación con la gente de su país natal, Samuel reconoció que los uruguayos podemos ser un poco más grises a la hora de celebrar algunas fiestas pero esa grisura para él fue, de un modo casual, una ventaja, un resguardo: “Hay un estereotipo del venezolano, que es cierto, que es que son, porque no considero que entre dentro de ese estereotipo, personas muy extrovertidas y alegres. En ese momento, era bastante tímido e introvertido. Entonces no me chocó tanto porque sentí que era más mi forma de ser”.

Corría el año 2021 cuando Samuel recibió la noticia de la muerte de una de sus abuelas. Fue su primer encuentro con la muerte de un familiar cercano. Eso, definitivamente, removió algo en su interior que lo hizo tomar el timón de ese avión que hasta entonces iba en piloto automático. Se dio cuenta, por ejemplo, que no los había vuelto a ver desde que se había ido y que ahora, con diecinueve años, ya no era el mismo pibe que partió del país caribeño. 

A partir del hecho, la madre de Samuel fue a Venezuela a despedir a su madre y volvió con una caja llena de objetos y fotos. A través de ellas, Samuel intentó reconstruir ese país que había dejado atrás hacía cinco años. Intentó imaginarlo, recordarlo. “Recuerdo pasar toda una tarde viendo vídeos en Tik Tok sobre Venezuela”. Se hizo consciente de todo un trasfondo personal que hasta entonces había vivido “sin darle pelota” y que sin embargo, lo constituía, era su historia.

Aunque admitió la suerte de no haber sufrido xenofobia, sintió que no valoró lo suficiente, o que incluso reprimió, el costado venezolano de su identidad. Sin embargo, hoy reconoce que “lo que es como persona está marcado por eso” y que fue un suceso que cambió la dirección tanto de su vida como de la de su familia. “Probablemente si yo estuviera en Venezuela, mi vida fuera otra”, sentenció. 


Un fin en sí mismo

Al mismo tiempo que se bañaba en las aguas del Mar Caribe y hacía las travesías del Henri Pitter, le nació el interés de tocar la guitarra. Por influencia de un primo, dos o tres años mayor, que era “como un hermano” para él, Samuel hizo distintas actividades: el primo anduvo en skate un tiempo y Samuel probó suerte en las tablas de cuatro ruedas, luego empezó con la guitarra y allá fue un Samuel cuya única aproximación a la música había sido cantar las canciones de los programas de televisión que miraba cambiandoles la letra. 

A pesar de no tener músicos en su familia, sus padres incentivaron su interés por el arte sonoro. Luego de unos años de tocar canciones de Los Beatles, Soda Stereo o Artirc Monkeys, quiso empezar a hacer las suyas. Ya en Uruguay,  tuvo un amigo con el que compartía sus poemas y escritos a los que lentamente comenzó a intentar ponerles música. De este modo, aprovechando el encierro pandémico, se dedicó a grabar en su casa lo que sería su primer álbum: Domingo. 

En 2022, una vez terminó el liceo, estudió producción musical en la ORT y comenzó a tocar en distintos bares las canciones de su primer álbum. Para eso formó una banda, Los Colets, y conoció a otros músicos de la escena musical montevideana: “Estaba completamente solo, saqué un disco en internet y lo moví porque no conocía a nadie”, recordó. 

Aunque le cuesta encontrar un término para definir la música que hace, Indie Pop o Indie Rock es lo que mejor se adecúa. Indie en las dos acepciones del término: en tanto subgénero del rock en el sonido y por la independencia y la autogestión. Es que, junto a algunos amigos, fue organizador de las, hasta ahora, dos ediciones del Indieween, un festival de música celebrado en Halloween en la mítica esquina de Durazno y Convención. 

 

Destino final: Isla Margarita

 La portada de Isla Margarita tiene en el centro, sobre una silla, una guacamaya azul y amarilla. Detrás hay un piso de madera, una chinelas rosadas y el tronco de una palmera. La foto es una de las tantas que trajo la madre de Samuel en aquella caja que le permitió reconectar con sus orígenes y fue tomada por su padre, en la Isla Margarita, durante su luna de miel. 

Portada de "Isla Margarita"

 

Es que, el álbum se presenta, desde un primer momento, como un viaje: “Hace un día que no pongo pie en mi casa” es la frase con la que inicia “Emprender”, la primera canción, y termina con los sonidos del despegue de un avión. La letra narra el viaje de Samuel y su familia a la Isla Margarita: “Nos íbamos de Maracay a Valencia, dormíamos ahí, y al día siguiente íbamos en avión hasta la Isla”.

“Emprender” supone el inicio de un viaje, emprender la aventura. Las canciones que le siguen son el camino y el destino final es la Isla Margarita, título de la última canción. Con esto, el álbum parecería querer decirnos que lo importante está en el viaje y no en el destino, al que se llega recién al final. 

En el medio, hay de todo: amor en “Poppy”, una canción sobre el proceso de enamorarse y pensar en un futuro juntos; aburrimiento en “Normal” (“He estado muy bien y he estado muy mal pero ahora estoy normal”); gratitud en “Existencia” (“Soy todo lo que hoy soy por tu existencia”); expectativa e ilusión en “No falta mucho para que pase”; incertidumbre e insatisfacción en “;” (“Es un punto y coma lo que estoy sintiendo"). 

El viaje que propone el disco, más que hacia la Isla Margarita, es hacia el interior del propio Samuel y su experiencia como migrante en Uruguay. Por eso lo vemos enamorarse, aburrirse, sentir incertidumbre hasta darse con la muerte que lo retorna a su tierra natal. La anteúltima canción se titula “Benjamín”, habla sobre la pérdida de su abuela, y al igual que en su experiencia personal, también es la muerte la que nos conduce a “Isla Margarita”, la última canción. 

En 2024 realizó entre 25 y 30 toques en distintos bares y escenarios de Montevideo. A pesar de no encarar la música como un hobby sino como un trabajo, su aspiración última no es vivir de ello sino hacerlo porque lo disfruta, como un fin en sí mismo. “Mi aspiración es poder seguir haciendo esto libremente”.